HE AQUI LA VERDAD OCULTA
DE UN CONTINENTE MARAVILLOSO
SUS ANALES (síntesis)
Atlántida: continente edénico de
misterios, ciencia suprema y sabiduría. De Dioses, médicas sacerdotisas,
grandes científicos y de reinas conservadoras del saber oculto que da poder
absoluto. Sus habitantes, dedicados sólo al bien, se guiaban con amplia moral,
instituyendo leyes, las cuales respetaban. Todos vivían en paz y felicidad.
Estaban divididos en 5 castas: Científica, Guerrera, Psíquica–mística,
Terapeuta y Civil. Éstos últimos se dedicaban al comercio y a las artes. Las
familias monárquicas abarcaban todos los géneros.
Así, en pocos años se convirtieron en una raza suprema. Su sabiduría y
su tecnología estaban muy por encima de las otras naciones. No había
enfermedades malignas entre los atlantes. Sus conocimientos eran mucho más
avanzados que los actuales; tanto en lo físico como en lo espiritual. Había
diez reyes principales y diez reyes menores. Gobernaban con equidad, bondad y
comprensión. Cada uno en su tarea, sin invadir los límites del otro.
Contaban con
deslizadores magnéticos llamados VAILIXIS,
y sus correspondientes SHARYTRARTASTH
(naves nodrizas). Estos eran vehículos aéreos que desafiaban la ley de
gravedad. Podían permanecer en un punto suspendido, en el espacio y casi sin
transición, partir a velocidades prodigiosas. (En tanto, en el país hindú – llamado MERKHÉT, tierra de esporas –, que intentaban igualarles en
tecnologías, sus embarcaciones aéreas se denominaban VYMANAS.)
La KALIKHÁ: Máquina de
ciencia. Una “computadora” central que se hallaba en el establecimiento
principal de estudios científicos “laboratorizados”, podía hacer de todo y
obedecía a la voz humana. También confeccionaron radares, mapas terrestres y
estelares con gran precisión. En una sola máquina se le colocaban diversos
aparatos para múltiples tareas o investigaciones. Podían reproducir los
pensamientos (en imágenes) a través de una pantalla de cristal cóncavo.
Poseían una inmensa biblioteca en cada palacio, con todos sus
descubrimientos y enseñanzas de medicinas, disciplinas artísticas, culturales y
otras, los cuales podían ser leídos también por los pueblerinos.
El calendario marcaba la historia. Dejaron atrás siglos de aprendizajes
para declarar el año uno, la era del Progreso Científico y de los viajes interestelares
a través de sus Vailixis. Mil años de investigación quedaron en el olvido para
comenzar la nueva era progresista. La era en que “todo iba a ser mejor”.
En el planeta había una sola religión (SHARAYKSAH = Conocimiento verdadero), que fue dividida en sectas o
ramas, con diferentes Dioses cada una, a venerar, porque todos los pueblos
agregaban a sus propios ancestros que se destacaran por sus obras,
tergiversando entonces, la doctrina primigenia.
Por aquéllos tiempos, tanto en Atlantiek, como en Lemuria, las Altas
Entidades caminaban junto a sus habitantes, transmitiéndoles su sapiencia
absoluta y desarrollando sus dotes paranormales. Por este motivo, el primero
fue denominado “el Sagrado Continente”. Eran habituales la telepatía, la clarividencia,
los viajes astrales a los distintos planos del universo octodimensional, la
percepción visual del Aura y el manejo de las 70 Energías dimensionales, con sus variantes, dominantes del
Universo; canalizándolas y encerrándolas en sus chakras (SHIKRASTH), para activarlas cuando fuesen necesarias.
Adquirieron una gran sensibilidad a las vibraciones energéticas Podían
percibir sus distintas magnitudes, sus fases vibracionales y sus colores. Cada
reacción química orgánica - emocional, en la energía aural (KERKIOR – No confundir con el cuerpo áurico –); activando las glándulas internas del cuerpo espiritual – astral.
Entre tanto, en el resto del mundo, crecía la ambición del poder,
anhelando, algunos, quedarse con el Sagrado Continente, famoso por sus riquezas
naturales y por ser el epicentro espiritual del mundo; poblado sólo por
familias cansadas del salvajismo de otros países; que, por dedicarse sólo al
bien, se habían convertido en una raza suprema, conservando su sabiduría, muy
por encima de las otras naciones, y la enseñaban a quien se interesara por
aprenderla. El contacto con los extranjeros aumentó por su gran comercio. Sus enseñanzas eran impartidas con gran
hermetismo.
A los sacerdotes de otros países, ambiciosos, no les convenía que los
aldeanos y sus monarcas adquirieran erudición, ya que cuanto más ignorantes
fueran, mejor podrían gobernarlos. Con ellos, la maldad del forastero, de
querer utilizar esos conocimientos para su avaricia y afán de conquista.
Degradaron de este modo su evolución, en unión con lo tenebroso, con
intenciones de dominar al mundo y sus dimensiones paralelas.
Había dos ramas espirituales, la buena, la mística y la mala, la
pervertida, la materialista por sobre todo. Esta última necesitaba de drogas
para el desarrollo de sus poderes psíquicos, y provenía de un árbol llamado ACREONTHE, llamándose éstos, ACRENTHEROS, mientras que los de la rama
blanca poseían esas cualidades desde su nacimiento, aumentándolas por su alto
nivel de espiritualidad.
Pasó el tiempo y los de la secta oscura comenzaron a entremezclarse con
los sacerdotes blancos, intercambiando sus conocimientos. Así la ambición
humana hizo que decayeran de su estirpe divina, ya que algunos, por sus obras,
habían llegado a convertirse en Altas Entidades y sus descendientes fueron los
héroes que cuenta la antigua historia.
Las doctrinas demoníacas iban
creciendo día a día, también se dividieron a su vez en otras sectas, mezclaron
la ciencia médica con lo oculto, y lograron develar los más oscuros y
tenebrosos secretos, para utilizarlos sólo para el mal; practicaron rituales
inhumanos de sacrificios con animales y niñas recién nacidas.
Las contiendas en los países, comenzaron a sucederse cada vez más
seguido. “El planeta se había separado y cada uno ambicionaba las comarcas
ajenas. Sólo los residentes del Sagrado Continente estaban ajenos a los
aconteceres del mundo. Su población se había multiplicado. La mayoría llegaba
de distintas partes del globo. Otros, quizá, los menos, nacían en las nuevas
ciudades, extendiéndose hacia tierras vírgenes del gran archipiélago. Los
sacerdotes nigromantes preparaban el terreno para poder adueñarse de Atlantiek.
El destino del mundo estaba cambiando, Atlantiek estaba en su máximo
apogeo, debido a su ciencia suprema y su gran sabiduría, se había convertido en
una gran potencia.
En Atlantiek, seguían fieles a sus actos y creencias hasta que
ingresaron los Acrentheros, con grandes “ejércitos” de fieles “guerreros
oradores” comenzando guerras frías de religión. Tendieron emboscadas a los
principales reyes, asesinándolos y apoderándose de sus palacios y pertenencias,
convirtiéndose en monarcas y ministros, para apropiarse del continente.
Dos príncipes extranjeros se casaron con las hijas de reyes atlantes, y
como ellas no eran princesas, aniquilaron a sus padres y hermanos mayores, para
heredar los reinos. Éstas jóvenes les obedecían por temor a que “sus esposos”
mataran a sus propias hijas porque ellos deseaban tener hijos varones, quienes
debían seguir sus pasos. Si éstos o sus guerreros se sublevaban, eran
castigados cruelmente. Su sabiduría y su ciencia fueron arrebatadas por
sacerdotes Acrentheros y aquéllos príncipes de un continente vecino,
quienes usaron su tecnología en contra
de la vida humana, crearon armas biológicas y nucleares. La maldad y la codicia
fue apoderándose de todos.
El continente atlante se transformó en poderío brutal y desenfrenado,
con un ejército que crecía día a día, al cual denominaron BLIGHAS (triunfantes), con un régimen tiránico en el que cada rey
conspirador, debía tener a su lado, una estable égida armada. Aprendieron con
destreza el camino de las sombras y la inmoralidad. Los científicos –
sacerdotes crearon artefactos cada vez más mortíferos, con los que podían
esclavizar a otros pueblos de la tierra. En los laboratorios produjeron nuevas
bacterias altamente letales, utilizando su notable sapiencia y el dominio de
las leyes del Universo, para la destrucción. Manipularon la genética a su
antojo, los átomos y varias fuentes de energías.
La gran hueste sometió pueblos vecinos en su afán de esclavizar al
mundo. Fueron temidos por todos los habitantes del planeta, menos por los
atenienses, que a pesar de no poseer tecnologías avanzadas valerosamente les
enfrentaban, pues deseaban también adueñarse de los derechos ajenos, en su
aspiración de potestad.
Estos nuevos reyes atlantes, los dos dirigentes Blighas, instituyeron
otros decretos para beneficiarse a sí mismos y transformaron al territorio en
una base siniestra.
Lograron apoderarse de muchas ciudades y
países, gobernando a sus habitantes, modificando sus normas, costumbres y hasta
parte de su propia religión.
No obstante, hubo otras ciudades que no se dejaron dominar por aquéllos
y lucharon hasta lograr que se retiraran, en una encarnizada contienda cuerpo a
cuerpo, con filosas espadas. Su obsesión era dominar al mundo, febrilmente, sin
importar cómo.
Los Blighas se alejaron del continente, al despertar una fuerza
invencible que no pudieron controlar, llevándose a sus hijos, abandonando a sus
mujeres e hijas, ofreciendo a muchas de ellas en sacrificio.
Hombres de todo el planeta, hartos ya de tanta humillación por parte de
los Blighas, se unieron en un coloquio para tratar de enfrentar los hechos.
Se presentía en la atmósfera, una gran batalla, en la que muchas
metrópolis sucumbirían. Numerosos monarcas, de diferentes continentes,
acordaron en construir extensos túneles que se comunicaran entre sí, hasta por
debajo de océanos, ríos y mares, llegando casi al centro de la tierra, pero
lejos del magma, y construir allí para poder alejarse y sobrevivir a las
radiaciones y epidemias que provocaría aquélla beligerancia.
Otros prefirieron quedarse en su pueblo, ya que allí lo tenían todo, las
altas montañas y sus cuevas profundas que los protegerían de las irradiaciones
que pudieran girar sobre el globo.
Las mujeres atlantes fueron quienes, desde antes que comenzara la última
batalla, reunieran a muchas personas, la mayoría, niñas huérfanas, para
salvarles de la catástrofe que se acercaba, en tanto que ayudaban a pueblos
vecinos en contra de aquéllos para obligarlos a irse.
Éstas, convertidas en guerreras, ungidas con el título SHAYSÍ (Amazonas) y soldados del mismo
continente, pertenecientes a la resistencia contra los ejércitos despiadados,
fueron nombrados por los demás continentes, con el apelativo de “LAS FUERZAS DE
LA LIBERTAD”, por rescatar a mujeres y a niños, de ser las ofrenda que
realizaban los Blighas junto a los Acrentheros.
Finalmente, llegó el día del gran exilio, terminada la construcción de
los túneles.
Las Fuerzas de la Libertad comenzaron a marcharse del gran archipiélago,
donde las familias se tuvieron que separar. Cada capitana guiaría a las
guerreras a diferentes sitios; hermanas y amigas tenían que despedirse porque
no se volverían a reencontrar, quizá por muchísimo tiempo. Era una estrategia
para debilitar al enemigo, ya que éstos deberían desplazarse y no permanecer
unidos si deseaban acabar con los armígeros aliados, que hasta el momento les
arruinaban la mayoría de sus planes. Esa argucia de combate era la única manera
para que pudieran sobrevivir todos aquéllos a quienes habían reunido con anterioridad,
arriesgando sus sentimientos.
En semejante contienda, tres grandes potencias desplegarían sus armas.
Por un lado, los Blighas, el gran ejército atlante de más de un millón y medio
de soldados por haberse unido a éstos, los sacerdotes Acrentheros. Por el otro,
los atenienses, designados como “Las fuerzas del Dragón Negro”, por la maldad
de sus corazones y el emblema de su estandarte, quienes perseguían la mismo
ambición que estos; y por último, los hindúes, cansados de las amenazas de
ambos, junto a la resistencia aliada, formada por varios países del mundo y los
guerreros de “Las fuerzas de la libertad”.
Tanto Blighas como atenienses, se dieron cuenta de que todo había sido
programado anticipadamente, al ver varias ciudades vacías o con pocos habitantes,
cuando llegaban a someterlas para apoderarse de sus pertenencias. Pensaron
entonces, sin dilación, que había sido
una trampa y que las Fuerzas de la Libertad estarían esperándolos en algún
sitio, quizá en su propio continente (los Blighas), o en otras partes del mundo
(los atenienses).
Ante estas sospechas, inmediatamente, un grupo armado de combatientes,
hizo creer a aquéllos ejércitos que habría una emboscada en Atlantiek.
Así comenzó una cruel batalla en la que los principales mártires fueron
en su mayoría, mujeres, niños y ancianos que no quisieron abandonar sus
moradas, antes de dirigirse hacia Atlantiek, donde primero llegaron los
atenienses por el lado noreste, asesinando fríamente a la Reina de la ciudad de
XOMBERTH, cuyo nombre era PENTESILIA, quien había quedado para dar la vida por
sus hijas, ya que eran las descendientes de uno de los principales reyes
Blighas, y no fueran soldados en su búsqueda, ya que también peligraban por su
propio padre. Éste, y su primo BUFDASTH,
también rey, pero de la ciudad de INTHAKMAC, junto a sus ejércitos,
desembarcaron por el lado sudoeste. Los atenienses llegaron luego al palacio de
Bufdasth, donde encontraron a su esposa, la Reina LAZURD, que, junto a la
Soberana Pentesília, habían acordado permanecer cada una en su palacio y así
enfrentar la muerte para proteger a sus hijas. El ministro y sacerdote
nigromante ateniense, asesinó a la Reina Lazurd, bajo el signo del ARKHÁLIBUZ, aquélla arma mortal ideada
por Bufdasth, supervisada por los científicos, y que más tarde cayera en manos
de aquéllos.
En ese instante, el cielo se tiñó de carmesí. Comenzaron a serpentear
relámpagos en todo el firmamento.
La bravura de los volcanes rugió en el continente atlante. Extensas
líneas de humo endrino ascendían y se desplazaban arrastradas por fuertes
ráfagas. Sólo un rayo de luz dorada atravesó las nubes, bañando los cuerpos
inertes de las Reinas.
Agua ardiente descendió de las grandes montañas, echando chispas de
fuego. Las tropas de ambos extremos del gran puente avanzaron sin importarles
el clima que empeoraba segundo a segundo. Los guerreros se enfrentaron unos
contra otros en una manía desenfrenada de omnipotencia y de pretender dominar a
todas las naciones del planeta, incluso al cosmos mismo.
. La briza de los volcanes cubría las
ciudades junto a la espesa ceniza.
Tembló el mundo entero ante terremotos y maremotos, provocados por
bombas que caían desde el cielo, arremetiendo a todas las ciudades del planeta
en una aversión desencadenante y la embestida de los hindúes por medio de sus
vymanas. Grupos de Blighas, en sus vailixis, arrojaban “esferoides de hierro”
que explotaban con gran potencia. Los puentes más grandes temblaron
intensamente y se resquebrajaron. Una detonación en los cimientos provocó su
derrumbe, llevándose a los guerreros que allí luchaban. Sólo una neblina densa
y atezada invadía la bóveda celeste en todo el planeta. Fuertes huracanes
arracimaron las nubes, que se desplazaban a diferentes direcciones. Una enorme
bomba cayó en el centro del Sagrado Continente con devastadora fuerza,
eliminando toda vida a su alrededor, tornándose el aire irrespirable para todo
ser viviente, en un radio de muchos kilómetros de distancia. Un nuevo destello
y otra ciudad sucumbió. Sobre sus escombros se alzó una humareda rúbea que se
convirtió en un hongo a miles de metros de altura. Los guerreros que allí
combatían, perecieron carbonizados. Otra explosión y parte del territorio
comenzó a hundirse, aniquilando a todos los hombres que llevaban marcado en sus
rostros, la destrucción, la avaricia y la esclavitud para las mujeres atlantes.
La KALIKHÁ fue programada por manos
siniestras para activar el TRIAX, con una potencia menor, pero apuntando al
centro del Sagrado continente, que provocó, no sólo su hundimiento “en un solo
día y en una sola noche”, sino una catástrofe colosal.
Los sismos abrieron grandes surcos, la tierra giró sobre sí misma. El
sol salió y se ocultó por el mismo
horizonte, desviándose el eje terrestre, tras el inmenso sacudón.
En el hemisferio norte, la muchedumbre, que había hecho oídos sordos a
la convocatoria de huir a los refugios o ingresar a los navíos marítimos, y
continuaba divirtiéndose como si nada fuera a ocurrir, huía despavorida, unos
se topaban con otros, se empujaban mirando hacia el cielo y daban alaridos de
pánico, al ser perseguidos por las grandes piedras que caían convertidas en
bolas de fuego.
Donde se hallaba Atlantiek, gigantescas rocas burbujeantes cubrieron el
océano. Las olas se transformaron en arena y cenizas.
Una torrencial lluvia se precipitó sobre el planeta. Las aguas de los
océanos se volcaron sobre las ciudades costeras. Grandes inundaciones cubrieron
zonas antes inanegables.
Algunos continentes estuvieron bajo las aguas durante noventa días. Un
fuerte diluvio se precipitó sobre el planeta “cuarenta días con sus cuarenta
noches”. Sesenta y cuatro millones de personas perecieron. Los pocos
sobrevivientes que quedaron se hallaban guarecidos en cavernas sobre las cimas
de las montañas, en los túneles construidos en la roca viva y en las arcas. Los
relámpagos continuaron y los truenos ensordecían. Las tierras altas comenzaron
a anegarse lentamente. Una vez más, la gente que se guarecía allí, tuvo que
huir con gran desesperación. Empapados por la lluvia, algunos atinaron a
subirse a los techos, otros corrieron por las calles pidiendo clemencia. Al día
siguiente, las aguas habían pasado las techumbres. El planeta era un imponente
océano. Todo quedó sepultado.
En algunas zonas, las aguas habían ascendido a los 150 metros de altura.
Muchos lugares desaparecieron por completo, quizá sin sobrevivientes. Masas
gigantescas de tierra estallaron transformándose en pequeñas islas.
Los huracanes que habían comenzado a soplar hacía varios días, iban
calmándose paulatinamente. Brutales aguaceros caían como cascadas. Cadáveres de
animales y de hombres sobrenadaban en las aguas. Los montes de muchos lugares
bajos se cubrieron en su mayor parte. Grupos de hombres, mujeres y niños, a
flote en troncos o en barcazas, que de alguna manera sobrevivieron al
cataclismo, llegaban a tierras altas y se introducían en cualquier sitio oculto
que pudieran hallar para huir de la radiactividad. Algunas barcas se volcaban
debido a la torrencial lluvia y a las fuertes oleadas.
Las montañas se derrumbaban convertidas en gigantescas rocas, aplastando
todo cuanto se les imponía a su paso, vegetación, hombres, animales y casas.
Las aguas se convertían en barro a medida que comenzaban a hundirse porciones
de tierras. La radiactividad se expandía a través de los densos nubarrones.
Luego de treinta y cinco días, el diluvio continuaba con toda su furia.
Nubes negras, relampagueantes, rotaban alrededor del planeta muy lentamente.
Las ciudades construidas sobre altas y escarpadas colinas, ardían con
rapidez, a pesar de la lluvia que no las podía sofocar. Los volcanes aún
estallaban embravecidos y mares de lava hirviente cubrían la superficie
entremezclándose con el agua diluvial. La ferocidad de los mares continuaba barriendo
todo ante ellos. Las montañas parecían árboles agitados por el viento y luego
se despedazaban y caían hacia el fondo de los mares. A la semana siguiente, la
lluvia cesaba pausadamente. La radiactividad se esfumaba con lentitud de los
lugares donde era casi perceptible. Pero quedaban vestigios sobre la piel de
las personas que lamentablemente se hallaban expuestas a ella. Muchos murieron
con graves quemaduras. Otros tuvieron tumores o enfermedades mortales, y los
niños, padecían de quemaduras tan profundas
que se asomaban sus huesos.
Todo había sido obra de la maldad y la corrupción del género humano.
Ocho meses después, las aguas se evaporaban. Todo estaba destruido.
Al año siguiente, una parte de la superficie terrestre se hallaba seca.
Sólo quedaron grupillos de personas dispersas por el planeta, exasperados de
pavor, al ver los cadáveres de seres humanos, principalmente niños, entre el
fango y las cenizas volcánicas, o mutilados por las armas de los soldados.
Había que
comenzar de nuevo. Desde la nada. Todo se había perdido.
Luego de la
gran devastación, la historia del mundo fue entonces distorsionada, al tener
que ser transmitida oralmente.
(Exégesis:
Esta fue, a grandes rasgos, los anales de la civilización que nos precedió
antes del diluvio y sobre cuyo camino estamos – Hector Tenutto)
¿Cómo sabes esto?
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